lunes, 6 de mayo de 2019

(34) Larceveau-Saint Jean Pied de Port (19,5 km)


(Viene del capítulo anterior)

Al final de la entrada anterior comentamos el roce con una pareja de peregrinos que nos llamó la atención por hacer ruido en las habitaciones a una hora temprana y el susto que nos dio la alarma de incendios.
Un rato después de este pequeño shock, al bajar a desayunar encontramos las dos maletas de la pareja en el vestíbulo del hotel, un pequeño hall donde nunca hay nadie. Estaban allí para que una empresa que se encarga de llevar equipaje de los peregrinos las trasladara a su siguiente destino, Saint Jean, al igual que nosotros. En las etiquetas figuraban sus nombres, país de procedencia (USA) y teléfono. Molestos por su comportamiento, empezamos a divagar sobre cómo devolverles su bromita, ¿llevándonos las maletas?, ¿enviarles por wasap unas foto de las maletas y pedirles rescate? o, directamente, ¿llevárnoslas hasta Santiago de Compostela y dejárselas al lado de la catedral, en el Hostal de los Reyes Católicos? Obviamente, no hicimos nada salvo dar rienda suelta imaginaria a nuestro pequeño cabreo.
Pero no quedó ahí la cosa. Una rato después, ya en plena caminata, nuestra avanzadilla con los coches llegó al hotel de Saint Jean y, ¡oh casualidades!, allí estaban ya sus maletas. Resulta que entre un montón de alojamientos posibles habían elegido el mismo que nosotros. Por suerte, no volvimos a verlos ni hubo más incidencias.

Al margen de esta anécdota el último día del Podiense discurrió por los cauces de la más absoluta normalidad. Eran menos de 20 kilómetros y estábamos pelín emocionados ya que siete años después de comenzarlo íbamos a concluirlo tras cinco viajes al sur de Francia con este objetivo. No era ningún récord, pero que un grupo de personas que tienen todas sus ocupaciones y su vida en poblaciones lejanas se ponga de acuerdo para hacerlo tampoco es sencillo.



Por la mañana, sin prisa, posamos para la última foto de salida ante el hotel Espellet. El día era, una vez más, magnífico. Antes habíamos tomado el desayuno, que no estuvo mal, destacando un riquísimo cruasán.


De hecho, al poco de salir tuvimos que empezar a quitarnos ropa pues el calor empezaba a hacerse notar. Por la noche se había llegado a tres grados, pero de día subió enseguida la temperatura.


El paisaje seguía siendo atractivo, muy bonito, aunque no tanto como el del día anterior.


En un entorno muy rural, a lo largo de la mañana (en cinco horas resolvimos la etapa) atravesaríamos varios pueblecitos y numerosas granjas y caseríos.


Lo peor de todo: que algunos tramos del Camino discurren junto a la carretera y bastantes más en la ladera a muy pocos metros del vial y el tráfico es una molestia y un riesgo. El podiense tiene que mejorar en estos aspectos y creando alguna zona de descanso porque a veces no es fácil encontrar donde hacer una paradita.



Aunque corto, hubo alto en el camino en un prado, pero para ello tuvimos que abrir la cancela, ya que no encontramos ningún espacio abierto adecuado para detenernos.


Compartimos un rato con un chico canadiense de 23 años, de Quebec, que estaba haciendo de una tirada Le Puy-Fisterra. Calculaba dos meses y medio y pretendía romper así con su etapa de estudiante antes de empezar a trabajar. Era un buen andarín y muy pronto nos abandonó ya que retrasábamos su marcha.


En Saint Jean le Vieux, ya cerca del final, hicimos una paradita con silla y cervecita, antes de afrontar los últimos cuatro kilómetros, una minucia si tenemos en cuenta los casi 770 del Camino Podiense que teníamos a nuestras espaldas.

Llegamos finalmente a Saint Jean, donde una plaquita recuerda que la Unesco reconoce los caminos franceses como Patrimonio de la Humanidad.


En esta Puerta de Saint Jacques nos hicimos la foto oficial de llegada y desde allí nos dirigimos al hotel. Se trataba del Ramuntxo, el mismo en el que tres miembros del grupo pernoctamos en el 2005 cuando iniciamos el Camino de Santiago desde aquí para llegar a Compostela, y después alargaríamos hasta Fisterra y Muxía.

Mochila sobre ruedas, un invento novedoso aunque dudamos de que sea muy práctico
Saint Jean es una ciudad histórica, amurallada, con sus antiguas calles empedradas, casi todas en pendiente, volcada en el Camino de Santiago, que la llena de peregrinos día tras día salvo los meses más crudos del invierno.

Excelentemente conservada, esta ciudad es un parque temático del Camino, con tiendas de productos para los caminantes, de recuerdos y productos de la tierra, albergues, hoteles, restaurantes, de todo. Y muchos, muchos peregrinos de todo el mundo.


Nuestro plan era pasar la tarde viendo la ciudad y a la mañana siguiente iniciar el retorno, cada mochuelo a su olivo tras esta agradable semana.


Recorrimos la parte alta de la zona amurallada,


tomamos un tentempié para reservarnos para la cena,

En la Citadelle, buscando la "tachuela" del escarpado camino a Roncesvalles que bien recordamos algunos

y casi-casi hicimos turismo al uso, lo que no estuvo nada mal.




Satisfechos todos, hubo quien quiso dejar constancia de la distancia recorrida estos años, aunque en el cartel comercial figura una cifra diferente a la de algunas web, que la elevan ligeramente.


En el hotel nos recomendaron el restaurante café Ttipia para cenar, que en internet tiene muy buenas críticas, y fue un acierto. Era lunes por la noche y pese a ello estaba a tope, y en el grupo hubo quien celebró el final con un excelente chuletón, pero los demás también cenaron de maravilla a un precio más que aceptable.

Visión nocturna del Puente de Saint Jean

Con las calles ya desiertas volvimos al hotel, admirando la belleza de una villa fundada en el siglo XII y que cuenta con una larga historia.



Nosotros, mientras tanto, con el mono del final del Camino Podiense comentamos durante la cena posibles viajes y actividades para el futuro inmediato. Se barajaron unos días en otoño en Sicilia y recorrer los canales del Loira en barco la primavera siguiente (al estilo de lo que ya hicimos en el  canal del Midi) y sigue sobre la mesa un recorrido por Transilvania. Iremos viendo.


De momento, a la mañana siguiente cargamos por última vez los dos vehículos y cada grupo inició el retorno por caminos diferentes. 

El que fue por el Norte soltando "lastre" en A Coruña y Pontevedra, y el que siguió hasta Pamplona hizo lo propio en Logroño y Burgos, llegando después a los alrededores de Vigo.

Aquí en el Puente de Saint Jean

Salvo opinión en contrario más docta que la del estas líneas escribe, en la foto de despedida se nos ve felices, satisfechos... y pensando ya en la siguiente. Hasta pronto!

        El resumen final de este camino es altamente positivo: nos ha permitido conocer de forma serena y detallada una zona del sur de Francia a la que seguramente no hubiéramos viajado nunca. El paisaje ha sido maravilloso y a la vez muy variado, hemos visitado muchos pueblos muy interesantes y hemos experimentado en muchos casos una hospitalidad entrañable a precios en general razonables en sitios muy diferentes. Aparte, hemos comido muy bien y, cada año a su manera, en estas cinco semanas, lo hemos pasado genial, experimentando en convivencia el camino, sus sufrimientos y sus jolgorios, lo que nos ha permitido conocernos más a nosotros mismos y a los demás. ¿Qué más se puede pedir mientras el cuerpo aguante? 

domingo, 5 de mayo de 2019

(33) Aroue-Larceveau (28,1 km)


Estamos en el País Vasco, en Aroue, donde hicimos la foto de salida, en el lugar de inicio de la caminata, y la mañana era fresquita, bastante más que en los días precedentes, aunque con sol. Por la noche la temperatura había bajado a solo dos grados, sorprendente en mayo y a una altura de poco más de 100 metros.


Y el paisaje, de forma clara, había variado. Y también los complementos, pues las vacas empiezan a ser una compañía frecuente. Una raza de colores claros, con un aire a la rubia gallega pero estas con una cornamenta cortita.


Nos pusimos en marcha sabiendo que en los quince primeros kilómetros no había pueblo alguno, y que por tanto sería difícil que los coches pudieran recoger a alguien caso de necesitarlo. La salida se inició con una fuerte subida para abrir boca. Sería la tónica de la jornada y una de ellas de cierta envergadura.


Los bosques y el verde eran impresionantes.


En otros momentos veíamos praderas casi hasta el infinito.

¡Una gozada!


En alguna empinada subida, llena de piedras además, las vacas, tumbadas y relajadas, nos miraban como preguntándose qué hacíamos por esos lares, resoplando. Razón no les faltaba.


Algún cartel nos hizo dudar ya que teníamos que pasar por Ostabat, el pueblo previo a la meta del día, pero las indicaciones señalaban también la otra ruta, hacia el camino del Norte, que pasa precisamente por Saint Palais, donde habíamos pernoctado.


Conforme a las previsiones, los primeros quince kilómetros fueron todo campiña y más campiña, con el grupo centrado únicamente en caminar. 


Siguiendo estas claras indicaciones llegamos a Larribar, el lugar de parada y almuerzo, utilizando el lugar más adecuado que localizaron los encargados de la logística de apoyo.

El menú había sufrido alguna variación, con sardinas en lata que nos supieron a gloria, pan del día y tomates.

Impresionantes las montañas de los Pirineos, con una buena capa de nieve todavía

Tras reponer fuerzas, el grupo se puso en marcha en paralelo a las montañas y con algunas bajas sobre la mañana. La etapa era dura y larga y los problemas de salud a veces generan contratiempos, pero nada de relevancia.

En lo alto de un repecho, bueno, repecho no, algo más, que en poco pasamos de 100 a casi 300 metros de altura, una minúscula ermita de extraña configuración invitaba a detenerse. Desde allí se divisaba una vista imponente que atrapaba al peregrino.


Los Pirineos, todavía con abundante nieve, se nos mostraban con claridad al fondo de verdes valles infinitos.

Las cuestas,  algunas verdaderamente empinadas, nos acompañaron todo el día
Serpentear entre montañitas tiene el inconveniente de que llanear es una excepción. 


En ocasiones el piso era directamente de piedra, pero natural.


Menudeaban carteles e indicaciones a lo largo de la etapa como esta del punto más elevado y en general todo el camino. 


En ese momento todavía no lo sabíamos, pero el trayecto que hacíamos entre Aroue y Ostabat está catalogado como Patrimonio de la Humanidad. Pese a ignorarlo, desde el primer momento nos pareció un tramo muy especial, mucho. Otros recorridos del Camino Podiense también lo son, caso de Lecture-Condom (35 km) o Bach-Cahors (26). Igualmente la abadía de Moissac, el puente de Cahors y su catedral, y varios puentes, iglesias y catedrales más que conforman una larga relación.


Y en todo momento tuvimos al lado, de frente o al costado, impresionantes montañas nevadas. Nuestra sensación era disfrutar de un paisaje grandioso.


Y en este ambiente cubrimos los últimos kilómetros.


Atravesamos bosques,

granjas con ovejas y en un caso presenciamos como el pastor y unos expertos perros las encerraban con singular maestría, ya en las puertas de Larcevau aunque, realmente, no parece difícil, ya que todas siguen a la primera de la fila.


A tres kilómetros del destino, en Ostabat, cansados y sudorosos, hicimos una parada buscando un bar donde tomar una cerveza, pero estaba cerrado y un cartel anunciaba una hora de espera para abrir. Optamos por descansar sentados unos minutos y seguir.



Ese día nos hartamos de ver caseríos vascos, de tipología tan reconocible, 

al igual que la de nuestro alojamiento (abajo), impolutos y perfectos en su exterior.

Hotel Espellet,  donde nos alojamos
Tras un montón de horas de marcha, al menos siete, llegábamos al hotel Espellet, por fuera en perfecto estado de revista y por dentro, bueno, las zonas comunes sin queja, pero alguna habitación, sobre todo el baño, precisa urgente reforma en profundidad y mejoras intensas, aunque es verrdad que el precio fue competitivo: 48 euros la media pensión.


Llegada la hora de la cena, estuvo mejor de lo previsible dado el precio: entrante de merluza y salmón con salsa en una especie de tostas; magret de pato con patatas y ensalada y de postre fresas con nata y una tartaleta. Sin queja, todo lo contrario. Se ve que, en general, el restaurante tiene buen nivel y de hecho, cuando llegamos, sobremesa del domingo, había muchísima gente comiendo allí.

Sin esperarlo, el momento crisis llegaría poco después cuando, en una de las habitaciones, (obligado, no era cosa de sacar nuestro Armagnac en el bar del hotel) echábamos la habitual partida de chinchimonis. A las 21,55 oímos unos gritos estentóreos en inglés quejándose (supusimos) del follón que montábamos. Nos quedamos de piedra. No imaginábamos estar molestando a nadie y dada la hora ni nos lo planteamos. Imaginamos que protestaba la única pareja alojada allí, además de nosotros, a la que habíamos visto en el comedor y, el día anterior, en el hotel de Saint Palais. Rápidamente nos callamos, acabamos la partida  y  nos fuimos a dormir, pero con la sensación de que dada la hora no era para montar ese alboroto o que, simplemente, podían haber llamado a la puerta y les habríamos hecho caso.
Aunque sea pasar a otra jornada, relatar que el incidente tuvo segunda parte. A las siete de la mañana empezó a sonar una chicharra atronadora en el hotel. Al principio no sabíamos qué pasaba, salimos todos al pasillo, en pijama,"alarmados", y vimos que era la alarma de incendios. Uno del grupo había sentido bajar a la susodicha pareja un instante antes y en el desayuno el dueño dijo que no sabía qué podía haber pasado. Señaló que para que para que sonara era preciso pulsarla o acercar una llama como de mechero, por lo que pensamos que seguramente habían decidido vengarse. Lo que ignoraban es que tuvimos en nuestra mano devolverles la jugarreta (continuará).